viernes, 11 de febrero de 2011

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Mi encuentro con la obra de Luis Felipe Noé situada en estos días en el Museo Castagnino de esta cuidad, se dio de una manera inusual.

Cuando fui a verla me informaron que la muestra ya había cerrado y que en minutos comenzaría un Concierto de Cámara en la sala central, justamente donde habitaba la obra de Noé. Pensé entonces, que sería un marco ideal para fusionar, palabra muy de moda, emociones dadas por la maravilla noeliana que ya me rodeaba, y el gran concierto lírico que a continuación iba a dar comienzo.


Dejé que mis sentidos se liberen y se preparen para vivir el gran fenómeno de la coincidencia.


Nadie puede dar sólo un vistazo a la obra de Noé, parece interminable, indescubrible, no puedo dejar de mirarla sin dejar de sorprenderme. Pienso que el emplazamiento es el ideal para sentirse dentro de ella. La sala se convierte en el gran túnel del caos. Ya no se propone el típico recorrido del espectador caminante; uno se sienta y se encuentra completamente rodeado.


A mi izquierda, un gran paisaje de colores, formas, líneas, manchas, ritmos, texturas, planos, llenos, vacíos, figura, abstracción, blanco, negro, exceso de lenguaje.

¿Menos es más?

Pareciera que no para Noé, porque maneja un sentido exquisito de la composición y demuestra que no hay reglas en el arte.


Comienza el concierto, la gente toma la revista para saber el nombre de la primer pieza.

Una gran voz acompañada de un piano atípico inundan la sala.


Las líneas del paisaje bailan al compás de la música que por momentos se detienen, bajan, se agudizan… Ya no puedo dejar de sentir que los colores se intensifican cuando la intérprete sube la tonalidad; y cuando hay un momento de lentitud toda la obra se detiene y renacen los acromáticos como si les correspondiera ese preciso momento.


Es increíble pensar que la obra de Noé podría adecuarse a muchas músicas, ya que esta pieza corresponde al siglo XIX y el lenguaje de Noé contiene todos los ingredientes vanguardistas, por así decirlo. A mi parecer es una mezcla de expresionismo, abstracción, pop.


A mi derecha las obras “se fragmentan”, aunque siguiendo la forma de un paisaje rectangular. Son como recortes amorfos donde pareciera que cada uno describe un estado de ánimo diferente, o tal vez submundos, en los que continúa realizando ese juego lineal del dibujando, del pintando, del contando. El movimiento que se genera dada la irregularidad de los soportes, el juego de la línea, la alteración de los ritmos pareciera dar un continuo desplazamiento… La obra no deja de bailar, propone una permanente búsqueda y una inmersión en un mundo lúdico. Mundo al que me dan ganas y necesidad de pertenecer, quiero sumergirme en las obras, ¿como sería un mundo pintado por Noé? ¿Tal vez es esto? ¿Es este el caos del que habla? ¿Por qué entonces la necesidad de ingresar en él?


Mirando el concierto veo un piano de cola negro, un atril con partituras y dos personas: un caballero vestido con traje negro al piano y en la voz una joven de pelo largo, oscuro y muy lacio, un vestido rojo, muy fina en modales. De fondo, la abertura de la pared nos deja visualizar dos óleos de estilo barroco de la sala posterior que pertenecen a la muestra permanente del museo, esto crea un telón acorde a la temporalidad del concierto.


Me parece importante hablar de esta postal porque me da la sensación de que si pregunto a los presentes cuál de este tipo de obra – la muestra permanente o la muestra de Noé- son más acordes al concierto que escuchamos, seguramente me responderán que las clásicas.


Para mi esta es la genialidad de una obra, persistir a los contextos que genera el paso del tiempo, y creo que Noé soporta desde este tipo de fondos musicales, hasta un tema de rock and roll de los años 70 o un reggae de Tryo.


Sensaciones que percibo: por momentos la música me eleva y siento que dejo mi asiento y soy absorbida por los paisajes de Noé. Como si cada obra tuviese su propia vegetación, su propia fauna, su propia angustia o alegría, su único clima.

Exceso de vibraciones en el lugar.

La escasa figuración se asoma como escondida, de a poco aparece algún rostro derivado de una línea, como si el paisaje no estuviera solo. Hay una necesidad de que la figura humana aparezca de alguna manera: en forma de rostro, de perfil, estática o en movimiento, algunos formando parte de esos submundos sin parecer notar nuestra presencia; y otras mirando hacia afuera, hacia nosotros, el que las mira, como si supiera que allí estamos…


Después de doce piezas termina el concierto. Aplaudimos de pie.


Di Pascuale, Mariana (mayo 2010)

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